jueves, 24 de octubre de 2013

Conversación con Garzari




>¿Preciosa noche eh? Hay días que me jode salir a fumar, pero hoy es perfecto. Las pequeñas cosas son a veces tan grandes que no puede explicarse con palabras.

-Hay veces que las palabras se quedan cortas. Veces en las que matarías por saber decir lo que quieres decir, pero no sabes cómo. Situaciones en las que todo te sobrepasa, en las que no sabes a qué agarrarte o a qué atenerte. Donde la verborrea que de muchas nos saca queda obsoleta ante la inmensidad de la realidad.Y para qué engañarnos, cualquier cosa que dijera ni se acercaba a lo que yo sentía por ella.
Solo había una forma. Me afeité, me duché, vestí mis mejores galas y fuí a hacer lo que mejor se

>Ay Mike siempre igual. Tienes que dejar de ir al geriátrico con la gabardina esa. Dña Eulalia no quiere saber nada de tí ni de nadie.¡Es autista e incontinente joder, se caga sobre lo que le hagas o digas! Asique límpiate la polla y sal a bailar, que el del opus de la cuarta mesa se ha enterado de lo de su mujer.

-Jamás pensé que un vídeo de sexo con animales daría tanto que hablar.


domingo, 13 de octubre de 2013

Una serie de catastróficas desdichas


Hay noches que no se olvidan. Noches que cuando llegas a casa no asumes todo lo que ha pasado. Deambulando por la habitación te desplomas sobre la cama sin hacer. Remoloneas un poco, buscando la postura que más te aleje de la nausea y más estabilice los bruscos zarandeos de la habitación.
A la mañana siguiente despiertas sin ser consciente de estar vivo. Un punzante dolor taladra tus sienes y la sequedad invade tu boca. En momentos así es normal desear la muerte, la prohibición del alcohol o algo peor. Ésta es más o menos la rutina del final de una noche normal. Pero lo que a mí me pasó distaba mucho de esto.
Parecía que iba a ser una noche más a eso de las 5. Yo ya lo daba por muerto. La gente comenzó a caer, la música era basura desde hace rato y no me quedaba ni un duro en la cartera. Solo quedábamos Jaime, Dani y yo.
Jaime fulminó dos chupitos de absenta tan enérgicamente que el segundo lo reventó al apoyarlo en la barra. La camarera nos reprendió de forma exagerada. Se apoyó en la barra y se inclinó hasta situarse a un palmo de Jaime. Comenzó a gritarle y a darle empujoncitos en el hombro.

-¡Borracho hijo de puta! ¡Me podrías haber cortado! ¿y todo esto quién lo limpia?

La mujer no paraba de gritar y se me estaba levantando dolor de cabeza. Además de lo desmesurado de su enfado estaba su voz. Su chirriante e insidiosa voz. Yo apretaba los dientes y los puños. Pero la cosa seguía calentándose, porque Dani también se sumó a la discusión. Un hombre de negro que estaba en el otro extremo de la barra sintió curiosidad y se acercó.

-Disculpen caballeros, creo que deberían hacerla caso y salirse de aquí.

El tío no podía pegar menos en aquella situación. Un hombre aparentemente sobrio de unos cincuenta y pocos acercándose de buenas maneras a apaciguar una situación que en principio ni le va ni le viene.
Sin mediar palabra me levante y le le metí un puñetazo en la boca que fue directo a besar el suelo.
La camarera se puso a gritar y nosotros salimos corriendo. Casi resbalamos con una copa que se había caído al lado de la puerta. Bajamos corriendo Sagasta por el medio de la calle. Un par de taxistas mentaron a nuestros antepasados y un Bus casi nos atropella. Giramos por una calle pequeña de un único sentido y nos escondimos en un portal que había abierto. Esperamos un rato a ver que pasaba. Me fumé un cigarro y justo cuando fuí a apagarlo pasó un coche patrulla. Iba muy despacio, y a todos nos pareció que deceleraba aun más al pasar por la puerta de nuestro escondite. 
Pasaron de largo y toda la tensión desapareció. Dani fue e primero  en ponerse en pie y echar un vistazo. Era un portal en un estado lamentable, pero muy amplio y luminoso, con un pasillo que se extendía cinco o seis metros hasta una puerta entreabierta: el bajo B.
Sin nada mejor que hacer, nos acercamos a ver qué había. ¡Y en qué momento! Nada más entrar vimos la esperpéntica escena de dos yonkis follando con una pistola en la mesa. Ahí estaban los dos empapados uno en el sudor del otro, contorsionándose encima de un sofá viejo color granate. Durante unas décimas de segundo nadie se movió. Simplemente nos miramos. Luego el chico apartó a la mujer, cogió el arma y comenzó a gritarnos. Estábamos acojonados. Un tío empalmado y empapado en crack nos apuntaba directamente a la cabeza con una 9mm. Yo ni escuchaba lo que decía, no podía. Solo pensaba en que ahí podía estar nuestro fin. "Encontrados tres cadáveres en un bajo abandonado cerca de Bilbao" "¿Ajuste de cuentas, pelea de bandas?". En aquel panorama los titulares iban a ser así o algo peor. Tres muertos cuyo ataud son las desvencijadas paredes que forman el hogar de unos perturbados y ahora el cementerio de unos inocentes. ¿Por qué tan jóvenes? ¿Será el puto karma? ¿Qué pensarían nuestras familias de nosotros por morir en un sitio así?. Todo esto me dio tiempo a pensar cuando el yonki solo llevaba dos segundos gritando. La chica intentó calmarle, pero sin poner mucho entusiasmo. Los tres gritamos que se tranquilizasen. No sabíamos qué hacer.

-Vamos Javi no es para tanto, deja que se vayan.
-Esta es mi casa, y que la cerradura este rota no da derecho a unos voayers de mierda a entrar aquí.
-Pues pégales un tiro a cada uno, pero no te quedes ahí perdiendo el tiempo

La mujer se levantó del sofá y se tapó con una bata. Luego volvió a sentarse y se puso una pipa. Como si aquello no fuera con ella. Su mueca desencajada, la mirada perdida y el humo exhalado entre los dientes de su sonrisa desdibujada no podían dar una imagen más perversa. Y allí estábamos, esperando que el mayor golpe de suerte de todos los tiempos lo diéramos nosotros. En ese momento. De alguna manera.

Una señora que vive en el nº 51 de esa misma calle es dueña de una pastelería. Hornean los mejores bollos del barrio, y a primera hora de la mañana el olor que se percibe cuando abren la puerta te invita a entrar. Una de las personas que entró en una ocasión fue un jovencito llamado Alberto. Este truhán de aspecto descuidado y pícara sonrisa sedujo a la nieta de la dueña de dicha pastelería, que de 9:00 a  14:00 y de 15:00 a 19:00 se ponía detrás del mostrador. Alberto estaba emocionado con su relación, y ella también lo parecía. Hasta hace justo una semana, momento en el que Alberto fisgoneaba en el móvil de su chica y encontraba fotos de ella con otros hombres y alguna que otra mujer en la cama.
Habría ido a cantarle las cuarenta, pero tenía algo importante que hacer. algo que tenía que salir ya para ser vendido dos días después. Alberto sintetizaba LSD y lo distribuía o bien en gotas o en tripis. El trabajo que tenía que acabar era gotear una fila de 100 cartones. Por desgracia para Alberto y para sus clientes la presión le superó y esto le hizo equivocarse en una de las dosis. El cartón con la dosis con exceso de LSD fue a parar a la manos de Javi, el Yonki que nos apuntaba desnudo con una pistola, quien lo había tomado horas antes de nuestro encontronazo.

De pronto Javi se desplomó, cayendo con él su pistola a nuestros pies. Sin perder un instante agarramos el arma y sin dejar de apuntar a la yonki del sofá salimos de alli cagando ostias. Corrimos calle abajo hasta que vimos un taxi. Yo me guardé la pistola en la cintura y acto seguido entramos al vehículo. El corazón nos latía a mil por hora, y era imposible tener un tono más pálido de piel.

-Madre mía chavales, hemos mirado a la muerte a los ojos y nos hemos ido.
-Yo creo que me he cagado encima
-Yo todavía sigo flipando. Que suerte hemos tenido.
-Es que fíjaos las vueltas que nos ha dado la vida en media hora

Justo después de esa frase se bloquearon todas las puertas del coche. El taxista sin mediar palabra nos llevó hasta la puerta de una comisaría, aparcó y nos dejó allí mientras el entraba. No entendíamos nada, yo solo veía que al menos había tenido la decencia de apagar el parquímetro. Pero en cuánto salió, acompañado de dos guardias y le vi la cara supe que no era decencia. El taxista era el hombre al que yo tumbé en el bar antes de salir corriendo.
Resumiendo, denuncia por agresión y tenencia de un arma de fuego sin licencia. Aquella mañana cuando nos acostamos Dani Jaime y yo hicimos lo mismo: Sacar la pierna de la cama para que al tocar el suelo la celda parara de dar vueltas.