jueves, 18 de septiembre de 2014

El Gato








Nació sin sentido del deber, tan solo sabiendo lo que quería. Agazapado en una esquina pasó los primeros días de su vida. Durante muchas noches, tan oscuras como su visión y su pelaje, solo alcanzó a distinguir un calor permanente hasta que llegó su ausencia total. Cuando alcanzó a abrir los ojos se halló solo en un mundo extraño que le sonaba de otra vida. Crecido un poco más y sin ambages se dejaba caer por los callejones de La Latina, de Tirso y Antón Martín. Tenía la manía de apostarse en los contenedores para zafarse de los niños que pretendían apedrearle y de las niñas que querían raptarlo. Él no podía permitirlo. Vivía para ser libre sin un motivo fijo. Lo único que le empujaba era sobrevivir un día más, para ver si podría conseguirlo mañana tan fácilmente como ayer.
Una mañana de marzo, mientras rondaba las afueras del mercado de San Miguel, quedó petrificado ante la visión de una dama. De cabello rubio y piel clara, que parecía desprender luz de entre sus dedos. Un cuerpo perfecto y una sonrisa tímida paralizaron por completo al gato. La quietud solo se rompía por los escalofríos que lo recorrían de arriba abajo cuando la miraba. No podía creérselo. ¿Por qué esa sensación? ¿Por qué ese deseo de algo ajeno a su naturaleza egoísta? Sea como fuere, ahí se veía: inmóvil en el centro de una calle concurrida en la que todo eran peligros y ya nada le importaba. Desde aquel instante, el gato dedicó cada día un rato para disfrutar de aquella mujer tan linda. La seguía por el centro, vigilándola desde los tejados; o la veía a través del cristal de su ventana, tumbado él en la parte lisa de la barandilla del balcón.
Una noche, de las muchas en vela que se pasaba, la encontró saliendo de un garito a duras penas. Llevaba una encima que no veas y casi no podía ni andar. Se apoyó en el capó de un Megane luchando por mantenerse despierta. De pronto se le aproximó un beodo viejo y salido, con intenciones no poco lascivas:
-¿Qué hace una chica tan bonita aquí sola? ¿No te da miedo este barrio?
Ella no podía ni responder, solo apartaba la cabeza para ver si aquel asqueroso captaba la indirecta. Él insistía en llevársela de allí. A un lugar seguro decía… La agarró del brazo, acariciándola fuertemente el pecho con el pulgar.
-Vamos coño levántate- gruñó e hombre. Justo en aquel instante, el gato se abalanzó sobre él, hincándole las garras en los ojos. El hombre lo zarandeó de un lado a otro en un burdo intento de librarse del felino, hasta que lo estampó contra una pared. El alboroto atrajo a una pareja de nacionales que patrullaban justo al final de la calle. El borracho escapó y la chica miró el cuerpo inmóvil del gato justo antes de desmayarse.
Cuando despertó, la chica se encontraba en una ambulancia, con la boca seca y desorientada. De pronto vio como un hombre moreno se acercaba a ella. Tenía los ojos oscuros y una mirada extrañamente familiar. Este le dijo que la había salvado, y que no podía alegrarse más de haberlo hecho. Que la llevaba siguiendo siete vidas, y aún no se cansaba de hacerlo.

Hay quien dice que el hombre que la salvó era el gato, que se transformó en hombre por abandonar su naturaleza animal y entregarse al amor irracional y desinteresado. Otros dicen que aquel hombre efectivamente la salvó, pero del coma etílico, y aprovechó la embriaguez y  la inocencia de la chica para hacerla creer que fue un felino hasta que la salvó. Lo que está claro es que el viejo nombre que se les da a los madrileños de gato es por conseguir a su gata a cualquier precio, con verdades o engaños. 

martes, 22 de abril de 2014

El Camino Del Guerrero








Miré a mi alrededor e inspiré su aire. En lo más profundo de aquel momento lo que sentía era tan intenso que no sabría como llamarlo. El miedo que respiraba se entremezclaba con la valentía de cuantos me acompañaban. Pero el miedo era innegable. Ninguno lo tenía pero estaba allí, rodeándonos como lobos hambrientos a su presa.

Hacía frío, y más con el viento que soplaba sobre la extensa pradera. No se oía ni un alma, solo nuestros pasos y el crujir de hojas y palos bajo ellos. La luna brillaba tanto que ni las nubes la eclipsaban. Siempre visible en lo alto del cielo. Su luz se extendía a lo largo del valle, iluminando la hierba y reflejándose en los charcos. Avanzábamos deprisa, pero con la cautela de ser nosotros quienes vieramos al enemigo y no al revés.

Miraba atrás y me daba cuenta de que en mi vida no había existido la paz. Parece obvio viniendo de un soldado, pero estoy convencido de que hubiese sido igual en cualquier otro oficio. Siempre habría dos contrarios que se enfrentaran, ya fuera mi voluntad contra la de otro o una guerra civil interna en la que la cabeza se revela contra las entrañas. Pero eso poco importaba ya, cuando todo mi cuerpo estaba sincronizado, preparado para entrar en acción. Justo antes de empezar la batalla ya sabía que iba a dar comienzo, aun sin una señal objetiva de ello. La calma que precede a la tempestad. Pero esta vez la sensación no se refería únicamente a lo inminente del combate, sino a su trágico final. No sabíamos si saldríamos victoriosos, pero el desenlace no sería en vida. 

Al final del prado se extendía una basta masa boscosa que llegaba hasta donde la vista alcanzaba. Conforme nos acercábamos se escuchaban tambores y gritos de miles de hombres. Los choques de sus escudos generaban un estruendo continuo que emanaba del bosque como el rugido de una bestia. Muchos pensarían que lo peor de esto es el enfrentamiento con el enemigo, la sangre y el metal. Pero no es así. El verdadero camino del guerrero es este, en el que aún no se ha desenfundado la espada, en el que se atisba La Muerte, que al no poder tocarte aún te permite pensar. Me imaginaba tumbado sobre la hierba del jardín de mi casa, mirando las estrellas en una quietud absoluta. Me imaginaba abrazando a mi mujer y diciéndola que no iba a pasar nada. Todo hipocresía barata, pero porque amar a una persona conlleva ese tipo de cosas. También pensaba en lo que iba a echar de menos a mis amigos, a los que estuvieron siempre y a los que me habría gustado tener más tiempo a mi lado. Pero sin duda lo que más me atormentaba era mi hijo. El niño que venía de camino que ni si quiera tenía nombre. Me preguntaba si había sido legítimo tenerlo sabiendo el poco tiempo que me quedaba en este mundo. ¿Con qué derecho arranqué un alma de la inexistencia para que creciera sin padre?¿Qué se plantearía más mayor, cuando supiera toda la historia? Pues seguramente no mucho. Mi pueblo conceptúa la vida como un deber, y no como un derecho.   Nuestro deber es luchar para que otros tengan derecho a desempeñar este deber.Lo único que esperaba era que al salir el sol nuestro fin hubiera alargado el de nuestra gente. En cuanto esta idea se desvaneció todo el pelotón se detuvo ante el sonido de un cuerno enemigo. Me ajusté el casco a la cara y desenfundé la espada. Ya empezaba.

miércoles, 2 de abril de 2014

Nía onírica



Llegado el momento se desnudó y se metió en la cama. La suavidad de su piel se tropezó con las sábanas, del mismo tacto pero frías como un témpano. Se acurrucó junto a la pared mientras se frotaba delicadamente los pies, uno contra el otro, escondiéndolos poco a poco bajo el edredón. Cuando la zona de la cama en la que estaba tumbada se calentó, giró en redondo hasta quedarse frente a la ventana. La persiana estaba bajada, pero no lo suficiente como para impedir que la luz de la farola la atravesase en pequeños haces rectangulares que se proyectaban en la pared como una formación militar de mondadientes. Contándolos acabó quedándose dormida.

Súbitamente se vio en medio de una gigantesca sala repleta de gente. No había mucha luz. Más bien un destello ciego que cambiaba de color de forma aleatoria, y una música ensordecedora que le hacía retumbar el pecho. Ciertamente no estaba muy segura de dónde estaba o qué había allí. Lo único que percibía de forma nítida era lo emocional. Se sentía feliz, rodeada de sus amigos en una gran fiesta. No podía distinguir las caras de todos, pero sabía que estaban allí. Todo eran sonrisas y agradables compañías, hasta que le vio a él.

 Estaba en el lado opuesto de la sala rodeado de varias personas, pero a quien miraba era a ella. De pronto comenzó a acercarse, abriéndose paso entre la agitada muchedumbre.  La iluminación cobró un tono rojizo, que se iba intensificando conforme él se aproximaba. Sus ojos, los de él, se clavaron en sus pupilas, las de ella, que se estremecieron hasta hacerse diminutas. Cuando estuvieron uno frente al otro, la sala enmudeció y él dijo:

-Se quién eres, Nía.

 Un escalofrío le recorrió la espalda al tiempo que apretaba los puños. Para su sorpresa, Nía notó que tenía algo entre las manos: Dos hojas largas y afiladas de cristal. No estaba muy segura de si las tenía desde el principio o de si se habían materializado en aquel mismo momento. Las sostuvo con firmeza y arremetió con ellas contra el que consideraba su agresor. La fina textura del cristal se vio salpicada de sangre, que brotaba sin parar por los repetidos golpes asestados. Tras la séptima puñalada, el hombre se desplomó.

Nía quedó paralizada un instante. Cuidadosamente se fue agachando hasta ponerse a su altura. Este tomó uno de los cristales de la mano de ella, y sin mediar palabra comenzó a golpearlo suavemente contra el suelo. Nía no entendía cómo, pero la percusión entre el trozo de vidrio y el cemento sobre el que descansaban generaba un sonido indescriptible. Fue transformándose en algo hermoso, con una musicalidad y armonía nunca antes escuchada. Tan maravillada quedó que ya no sentía aprensión ni odio hacia el hombre que yacía ensangrentado en el suelo. Con el otro trozo de cristal colaboró en aquella extraña melodía.Una oscuridad densa y fulgurante iba apoderándose de la sala. Avanzaba como una nube de humo que desdibujaba el delirio en el que  Nía se encontraba. Hubo un instante que toda la sala se hallaba envuelta por este siniestro velo, salvo un halo de unos dos metros, donde ellos con los cristales continuaban. El halo fue encogiendo hasta ser un rayo que apuntaba a los ojos de Nía. Fue entonces cuando despertó.



lunes, 24 de marzo de 2014

7


Cuando más perdido estaba fue cuando tuve oportunidad para encontrarme. Sumido en un estado en el que mi realidad conocida se había distorsionado hasta desaparecer, solo podía ser creativo e imaginar un camino que me llevara a alguna parte. Una senda de pasos aleatorios, indefinidos y sin un destino concreto. Una forma de vida en la que la ambición y el hedonismo fueran mi apoyo. En la que la rutina perdiera su significado por lo ecléctico de su esencia. La esencia que poco a poco le he ido otorgando.

Mi existencia jamás pudo ser cuadriculada, pero ahora roza lo abstracto. Los días y las semanas a veces me parecen un rato. Dormir está muy sobrevalorado cuando todo está por descubrir. Mi insaciable voracidad resurge a cada paso, cuando pienso que a más no puedo llegar. Pero siempre hay algo. Siempre hay algo que desear, con lo que fantasear y delirar sin llegar a soñarlo. Solo es algo que puede que viva.Lo que es seguro es que podré imaginarlo. Puede que nunca lo consiga, pero la ilusión de conseguirlo no se apartará de mi lado.

Mi espíritu narcotizado a base de vivencias y sustancias poco a poco se va elevado, y mi cuerpo se pierde por los bares y las camas del centro y del extrarradio. Como ya he dicho, me gusta la variedad. Y la verdad es que solo encuentro la paz en un mundo cambiante. En un devenir inesperado y sorprendente que avive mis ganas de seguir adelante. No aguanto los principios inamovibles, ni la aburrida sensación de control ante una prototípica situación que nada me dice. Soy adicto al caos que emana de mis raíces y a la entropía que fuera acontece.No pretendo hacer una apología de los excesos, aunque merecen todos mis respetos. De hecho, no se que sería de mí sin ellos. Es cierto que a veces te juegan malas pasadas. Pero es entonces cuando sabes dónde está el límite. Cuando disfrutas acercándote a él hasta quemarte, o lo sobrepasas un instante para sentir un poco más.

Para sobrevivir a este desorden de emociones el secreto está en buscar el arte que hay en cada instante. En entregarme a los vicios sin llegar a atraparme. En despertarme por la mañana y saber que mi gente seguirá estando cuando me acueste. El secreto está en
cuidar lo único que no quiero que cambie.


jueves, 13 de marzo de 2014

La alfombra escarlata




"Son las tres de la mañana de un día indeterminado. Apenas llevo una linea escrita y el corazón se me acelera. Todavía tengo metido en la cabeza el insidioso tintineo de la campanilla de la puerta del portal. Al entrar al piso miré a mi alrededor y me vi tan vacío por fuera como por dentro. Solo un sillón y la mesita de madera que hay junto a la ventana me hacían compañía. La alfombra escarlata contrastaba con el azul apagado de las paredes, por las que se proyectaba el vaivén de la sombra de un murciélago.

De tanto trasnochar, bien fuera por el insomnio o por la necesidad de vivir en la oscuridad, mis momentos de lucidez se limitaban a cuando se ponía el sol. Bien es verdad que el suelo del piso se congelaba por las noches, por eso siempre me limitaba a estar donde la alfombra lo cubría. Con los pies fríos no se piensa bien, y últimamente lo único que hacía era eso: pensar. Pensaba en la soledad que me acompañaba, en la distancia que me separaba de la única mujer que algún día llenó parte de mi innato vacío. Mi alma hueca solo alberga nostalgia que gotea lentamente hasta el día que se seque. Hasta entonces seguiré recordando. No perderé la imagen de aquellos momentos que me hicieron pensar que la vida era más que un trámite entre un día y el siguiente. No caeré del todo en el pesimismo cuando me siento vacío mientras sigan apareciendo en mi mente.

Y muchos de esos recuerdos son contigo. Tú eres esa chica, la que día si día no me sonreía. La francesita que me atrapó sin trampas ni mentiras, solo con su sombrero y su vestido. La que me llevó del cielo al infierno en un suspiro. La que me mantiene aquí preso, o más bien, escondido. Prefiero imaginar lo que hubiera sido en vez de vivir algo y que no sea contigo."



















miércoles, 5 de marzo de 2014

Una noche cualquiera



Estaba lloviendo a mares, pero eso nos daba igual. Llevábamos días encerrados cada uno en su rutina y ya era hora de salir. Lara llevaba media hora en el baño, y solo dios sabe si lo único que hacía era arreglarse. Cuando pasas tanto tiempo con una chica la tensión sexual acaba estabilizándose; la cosa es en qué punto. La conocimos una noche en una discoteca de mala muerte cerca de Moncloa hace casi tres meses, y nos acabamos llevando muy bien. Especialmente Javi.

Mientras tanto, los chavales y yo nos poníamos finos en el salón a base de whiskey y buena hierba. Cuando el alcohol se deslizaba por la superficie del vaso y contactaba con los hielos, se resquebrajaban como lo hacíamos nosotros después de estar un buen rato bebiendo. Hector se estaba liando un canuto que atentaba contra las leyes de la física; Javi y yo simplemente observábamos el minucioso procedimiento.El ventilador del techo giraba cada vez más lentamente, y actuaba de motor de la atmósfera en la que estábamos sumidos. Por fin Lara salió del baño y reclamó su parte del pastel. La verdad es que estaba espectacular. Se había puesto la misma camiseta que llevaba el día que nos hipnotizó a todos, pero esta vez con unos vaqueros cortos ajustados y unos botines negros. Podía oler su pelo a través del ambiente viciado de porros y tabaco. Y cómo olía. En ese momento, con uno de los cinco sentidos me bastaba para fantasear. Cada movimiento que salía de su cuerpo derrochaba un sucio morbo tan sutil que para el ojo inexperto pasaba por sensualidad, pero a mí no me engañaba. Tenía que ser una loba sedienta de sexo salvaje, aunque con un autocontrol intachable, todo hay que decirlo.

Cuando estuvimos los cuatro a tono decidimos levantarnos del sofá. Una vez en pie nos dimos cuenta de que quizá estábamos algo más que a tono. Hector estaba tan borracho que hizo el amago de salir del piso por la puerta del armario. A trompicones salimos del apartamento de Lara y nos pusimos rumbo al centro. Seguía diluviando, así que decidimos tomar una astuta y cara decisión: coger un taxi. El salpicadero estaba sucio, la tapicería algo pegajosa, pero el conductor era un encanto. Su conversación era agradable y fluida, y tuvo el detalle de parar el taxímetro a un par de calles de nuestro destino (durante la charla dejamos caer que no teníamos mucho dinero).

Pese al mal tiempo, Malasaña estaba colapsado de gente ansiosa de alcohol, fiesta y quizá un polvo ocasional en el lavabo. Becarios oficinistas, frikis informáticos, hipsters de starbucks, erasmus etílicos... para todos ellos había un hueco entre estas calles de depravación. Sin más demora dimos una vuelta por los alrededores en busca de un sitio económico. No tardaron en asaltarnos un par de relaciones que nos ofrecían garrafón a un precio desorbitado, pero con una alegría y un entusiasmo propios de quien habla de una auténtica ganga. Sin dejarnos engañar por este par de soplapollas y otros cuantos que vinieron, acabamos por azar y cansancio frente a la puerta de un garito. Nos quedamos mirando la puerta, aunque a Javi se le iban los ojos hacia el escote de Lara. Y no me extraña.

Entramos a aquel tugurio gratuito, repleto de pobres diablos como nosotros. El local era pequeño, sin ventanas y decorado de forma estrafalaria. Una maqueta de un seiscientos simulaba haber atravesado la pared frente a la barra, y una diana escacharrada iluminaba más el baño que la bombilla de su interior. Era un garito sin sentido, pero ponían buena música. Nos pedimos un par de copas y nos sentamos en unos taburetes que acababan de abandonar unas gordas góticas. Lara empezó a soltarse, entró en un estado de exaltación de la amistad que se acrecentaba con cada trago, rozando peligrosamente la línea entre simpatía y sexualidad. Javi también estaba animadillo. Apostó con Lara que después de dos chupitos de tequila sería incapaz de pedirle el tercero al camarero sin mofarse de su ridículo peluquín. Hector y yo nos percatamos de la química que había entre estos dos, así que fuimos a buscar la nuestra.


Fumando un cigarro fuera acabamos hablando durante media cajetilla  con dos chicas a las que les pedimos fuego. Estudiaban bellas artes, y no eran las típicas pretenciosas que van de artistas por la vida. No. Eran naturales, como si nos conocieran de siempre. Su cortesía inicial se torno a cariñosa complicidad. Luego nos dijeron que se habían comido medio gramo de eme y lo entendimos todo. La conversación empezó a subir de tono. La rubia me preguntaba que si estaba abierto al sexo en grupo. Ante esta pregunta intenté disimular lo ojiplático de mi expresión sin llegar a nada. Pero a ellas no pareció importarles. Al final acabaron proponiéndonos acabar la fiesta en su casa. Entramos al bar para avisar a Javi de que nos íbamos, pero nos ofreció un plan alternativo. Unas amigas de Lara andaban por allí cerca y se ofrecían a llevarnos en coche a casa. Los tres dudábamos. El sexo era seguro con las chicas de fuera, pero Javi tenía las llaves de su coche en mi casa, y si las amigas de Lara nos llevaban, follaríamos todos al calor del hogar. Elegimos la opción de Javi. ¡Y en qué momento!


Fuimos tan ruines que ni avisamos a las chicas de fuera de que al final nos íbamos sin ellas. Cuando llegaron las amigas de Lara tuvo lugar el primer bajón: la belleza brillaba por su ausencia. Y por si fuera poco, no paraban de poner pegas a la noche que habían pasado. Con tanta queja los ánimos de todos fueron bajando, y se precipitaron del todo cuando, al dejarnos en mi portal, todas (incluso Lara) se marcharon. Los tres nos miramos y nos echamos a reír. Subiendo en el ascensor nos lamentábamos por el calentón que llevábamos encima, y recordábamos el día en que en una situación similar, acabó salvándose la noche por una orgía inesperada. Pero eso es otra historia, una noche que no fue una cualquiera.






miércoles, 19 de febrero de 2014

La ilusión de la cordura






Dicen que los artistas mienten para decir la verdad, mientras que los políticos lo hacen para ocultarla. No podría estar más de acuerdo. Sin más preámbulos y, basándome en esta frase, pretendo hacer entender mi idea sobre la locura.

 La locura, en su sentido patológico, es una deformación de la realidad mediante la mente que, debido a alguna alteración en su estructura  y/o funcionamiento, altera la percepción del individuo. Palabrería técnica y aburrida. En su aspecto médico poco más habría que añadir a esta definición. Pero, ¿Y el aspecto trascendente de la locura? ¿Y su significado filosófico?

Cuando alguien enloquece no necesariamente padece una enfermedad mental. A veces solo altera su realidad. La cuadriculada existencia no encaja con sus ansias de vivir, que son abstractas y aleatorias. Su devenir se convierte en un instante que tropieza detrás de otro aparentemente sin signíficado, pero siempre con un símbolo escondido tras sus actos. El loco hace (o no hace) sin ser consciente lo que su subconsciente quiere mostrarle u ocultarle según el caso.La locura no tiene por que ser un desvarío producido por una deficiencia encimática o algo por el estilo. No. Es algo artístico. Un engaño. Una sublime estratagema de nuestra mente para protegernos del dolor de la vida, bien sea ocultándonos una verdad que nos atormenta, o alzando desproporcionádamente otra que ensombrece realidades que nos dañan.

La sociedad la ha peyorizado mucho, ignorante de todas las dimensiones que posee. Si hablamos de un loco ya nos viene a la cabeza el hombre maniatado de baba colgante y mirada perdida. Y no siempre es así. No es la misma locura la que afecta a cada caso, ya que para unos es un mal irreparable y para otros su única salvación. A veces es necesaria para que la cordura no se nos venga abajo. Nuestra mente nos cuida de las incoherencias de la vida, que a veces llegan a tal controversia que no somos capaces de entenderlas. Es entonces cuando empieza. Te abraza lentamente y te reescribe, te recrea, te ofrece la esperpéntica imagen que deseas, y no el reflejo de una triste existencia. Cuando La Sabiduría sobrepasa el límite de lo comprensible, toma la astuta decisión de volverse loca.

















jueves, 13 de febrero de 2014

Through my mind behind a cigarette







La luz incidió a través del cristal, separándose en haces marcados por un humo platino azulado que casi parecía metálico. Las imágenes se distorsionaban a medida que respiraba. Mi mente seguía clara, pero sentía que los impulsos me dominaban. Notaba como las yemas de mis dedos se perdían por su espalda. Parecía que el hechizo no se rompía porque saliera el sol.

La mesa rebosante de botellines y ceniceros llenos dieron paso a nosotros, revolcándonos sobre todo aquello. Me besaba y sentía un calor indescriptible que se diluía entre los escalofríos que de arriba a abajo nos recorrían. Era como si empezaran en su cuello y acabaran en mi espalda. Su olor se me clavó en los pulmones, y jamás podría olvidarme de él.

El tiempo y el espacio perdieron su significado. Ya se podría haber acabado el mundo que a nosotros nos daba igual. Hicimos el amor y follamos como animales. Hablamos durante horas y nos acariciamos otras tantas. Sin decir nada. Solo estando.

Y pasado el tiempo sin saber nada el uno del otro todo eso pasó y por ahí se quedó. Ahora me viene a la cabeza y no puedo evitar sonreir. Hay que ver las cosas que te vienen a la cabeza al fumar después de masturbarte. Supongo que será por ver algo bonito después de tanto morbo lascivo.





jueves, 6 de febrero de 2014

En el límite






Es difícil saber si estás cerca o si te has pasado de largo. Muchas mañanas me levanto pensando que soy un tío cabal y a media tarde vuelvo a mi realidad. No siempre fue así, eso también tengo que decirlo. De niño era mucho más simple. Deambulaba por un castillo de enormes jardines en los que no nos dejaban jugar. Las hermanas de impolutos hábitos y férreos principios no titubeaban al mandar a los blasfemos a fusilar. Yo era listo y fumaba sin ser visto en los lavabos del segundo piso. Mi amigo Jesús se supone que estaba conmigo, velando por mí y mi porvenir, pero yo no veía más allá de una contestación a un estornudo.

Pasaron los años y el poder y la autoridad pasó a manos de las niñas. Lo que de verdad me ponía el corazón en un puño no eran los castigos de las monjas, sino la sola presencia de la princesa. Yo no me fijaba en lo maquiavélica y retorcida que podía ser, solo quedaba aturdido por su mera presencia.
En verdad no fue solo a mí. La mayoría estábamos hechizados, y nos costaba entender que más que las hijas de un rey eran unas hijas de puta.

Un día nos aventuramos a salir de aquella cristiana fortaleza. A conocer lo de fuera, a ver lo que nos esperaba tras los muros. Nos invadía una mezcla de curiosidad y miedo a lo desconocido, más si no hubiera imperado el primer motivo nadie se habría aventurado a salir. Eramos tantos los decididos que costaba acordarse sin mirar a un lado y a otro de quien había venido y quién no.

Como en todo gran grupo, comenzaron a surgir discrepancias. Había quien quería cambiar de ruta, quién quería regresar y quien no sabía por qué decantarse. Tarde o temprano todos acabaron volviendo. El poder hacía tiempo que había pasado de las niñas a la mayoría. Pero en mí no caló del todo. Al menos en ese momento. Siendo realista, estuve a punto de darme la vuelta y regresar. Sin embargo, algo no me dejó hacerlo. Ese algo sigue dentro de mí, y me nubla cuando me acerco a la frontera entre lo que se supone debo hacer y lo que realmente quiero.

Se que esta voz interna puede que algún día me salga cara. Por ahora siempre me ha guiado, aunque a veces a sitios horribles en los que las bestias me acechaban. Es una fuerza ilógica, una energía abstracta que funciona al margen de las leyes de la razón. No es tangible y siempre es tachada de defecto. Y aun así si la perdiera no se que haría sin ella. Y es que esto que me dio fuerzas para seguir era motivo y efecto de mi viaje. Necesitaba respuestas, y alguien de fuera podría encaminarme.









martes, 28 de enero de 2014

Sin más que lo puesto



   Cada paso que doy es incierto. Se que me dirijo a un sitio concreto, pero no se por qué camino. Se que hago lo que todo el mundo hace. Estudio una carrera, salgo por ahí con los colegas, cuido a mi familia y follo cuando puedo. Y aun con todo esto hay momentos en los que no me siento lleno por completo. Se que puede deberse a la insaciable voracidad humana, en la que todo es poco y siempre queremos más. Pero no creo que vayan por ahí los tiros.

No voy a mentir. Me siento satisfecho con mi vida hasta ahora. Creo que he perdido el tiempo cuando lo tenía que perder, he hecho lo que creía correcto y he pedido perdón a quién he jodido. Pero aún así me intimida la idea de que mi felicidad dependa de tantas cosas que están fuera de mí. No hablo de las personas a la que quiero, pues ellas también me conforman. Hablo de lo superfluo, de las vanalidades que ya no lo son tanto por tenerlas incrustadas en nuestra cultura. Internet, publicidad, consumismo, prestigio social, tecnología... Toda esa mierda. Mierda que está bien como algo puntual que haya en la vida, no como la necesidad en la que se está convirtiendo. Para ser alguien debes tener una carrera (como mínimo), un trabajo respetable, un buen coche, un iphone y una reputación acorde a la sociedad en la que vivimos.

A lo que voy es que es antinatural sentirnos desnudos ante la perspectiva de una realidad sin todas estas cosas que nos facilitan y dirigen nuestra vida. Vida que, por desgracia, no es auténtica. Nuestra existencia debe desarrollarse dentro de un molde, o la sociedad la desechará. Hay que atenerse a normas que intentan vendernos como necesarias para la convivencia y productivas para la humanidad. Y esta idea cada vez me suena más falsa con todo lo que veo.

Estoy harto de dar por sentadas verdades a medias solo porque todos lo hacen. Solo porque es lo normal. Dicen que somos libres, pero cada vez tengo más claro que no. Y no porque la libertad acabe donde empieza la del que tenemos al lado, sino porque termina donde dicta un gobierno que se subordina a otro más poderoso, y no a su pueblo como debería ser. Vivimos anestesiados con el guión de vida idílica que se supone debemos seguir, en vez de ser nosotros los que nos inventemos.


Aunque no se a dónde me llevan mis pasos, se que será mejor que donde ahora me encuentro. Me despojaré de todo aquello que me ata durante un tiempo. Saldré de aquí para volver con otra perspectiva. Echaré mano a mi paquete de tabaco, mi mechero, mi papel y mi china. Ya encontraré cenicero. Caminaré hasta llegar al horizonte de cada ciudad, para ver que allí empieza otra distinta. Así sabré lo que creo, y lo haré sin más que lo puesto.









A Cristopher Johnson McCandless (1968-1992)



sábado, 18 de enero de 2014

Hollywood´s Gentelman



Las gotas de lluvia discurrían por el cristal de la ventana en hileras. El hilo musical empezaba a ser insoportable, y la insidiosa manía de mi compañera de banco me iba a hacer perder los estribos. No paraba de enfundar y desenfundar un boli que tenía en la mano. Por si fuera poco, y no bastándole ese irritante comportamiento, también acompañaba ese sonido con carraspeos casi sincrónicos por minuto.

Gracias a Dios me hicieron llamar. Una secretaria muy atractiva que estaba frente a la puerta del director me indicó que ya podía entrar. Al pasar junto a ella, la sensación que tenía en la sala de espera se disipaba. Que olor tan delicioso desprendía, y sonreía como si la gilipollas del bolígrafo no la estuviera molestando a ella también.

Entré, sobre en mano y erección descendente, en el despacho. Estaba cuidadosamente ordenado y limpio como una patena. Lo único que desentonaba era un cenicero rebosante de colillas que había sobre la mesa. A mí me pareció perfecto, ya que el director hablaba por teléfono y me indicó con un ademán que si quería fumar era libre de hacerlo. Acepté de muy buen grado.

Mientras esperaba a que acabara su conversación, no paraba de pensar si sería lo bastante bueno. Todos mis amigos, familiares y colegas del gremio lo habían leído, y les había gustado. Pero claro, vete a saber si este hombre coincidiría. Era un profesional muy exigente según me habían dicho todos, pero yo acudí a él por lo que le dio fama: todas sus películas están basadas en guiones de gente completamente desconocida, sin preparación profesional. Y sin embargo, se han convertido en éxitos de taquilla.

Por fin el director colgó el teléfono.Caminó desde la cristalera que hacía de cuarta pared y se sentó en su silla. Abrió el primer cajón del que sacó una caja de madera tallada y un encendedor que seguramente costara más que mi vida. Todo esto se desarrolló a una velocidad extremadamente lenta.  Su parsimonia era tal que parecía desinterés, lo que hizo que me pusiera aún más nervioso. Me miró a los ojos  y comenzó a dibujársele en la cara, como no muy lentamente, una maquiavélica sonrisa.

-No voy a leerlo. Por lo menos hasta que no decida si haré el corto.

Cuando lo dijo pensaba que se estaba cachondeando. Que era una broma para romper el hielo. Yo me reí. Pero su silencio se prolongaba hasta volver a tensar el ambiente.

-Disculpe señor pero si no lo lee, ¿como decidirá si hacer el corto o no?

El tío ni se inmutó ante mi comentario. Estaba ojeando entre los discos que tenía apilados en una extraña estantería junto al escritorio. Al final dio con uno y lo metió en el equipo.

-Te voy a contar una historia. No te alarmes, no es muy larga. Cuando acabe te haré una pregunta y, según tu respuesta decidiré que hacer con el guión.


Era increíble la clase que tenía este hombre. Esa frase, que habría sonado pedante y estúpida en los labios de cualquiera, saliendo de él era una refinada obra maestra. ¡Qué confianza desprendía su voz, sus gestos y su mirada! 

-Cuando quiera señor- le dije

-Es importante que sepas que tu respuesta ddebe ser simple y concisa. Con una frase bastará. ¿Entendido?

-Si señor.

-Bien. Allá va:

"Un Rey con grandes tierras y mucho tiempo que perder hacía llamar una vez al mes a los mejores de cada gremio. Ese mes concretamente llamó a los músicos. La cola era tan larga que salía de palacio hasta ocupar la mitad de los jardines. La tensión se palpaba en el ambiente, ya que aunque no era obligatorio presentarse ante el monarca , si lo hacías y eras el mejor te colmaban de riquezas, pero si eras el peor te colgaban. La severidad de su majestad no conocía límites. Además se rumoreaba que tras la infidelidad de su esposa, su pena y su ira estaban a flor de piel. El mes anterior le tocó al gremio de los zapateros y colgó no a uno, sino a tres hermanos que regentaban un negocio llamado Tu horma es mi horma.

Fueron pasando uno tras otro. Verdaderos artistas algunos, ya fuera con la mandolina, con el cajón o cantando. Pero el rey no parecía sorprendido. De lo que no perdió detalle fue de un hombre muy muy feo que aguardaba a que acabara su esposa. Ella estaba en el escenario, y cantaba como los ángeles. Sus bailes estaban cargados de erotismo, y su mirada lasciva sobrecogió hasta al rey en su trono. Cuando terminó entró su marido con una mandolina en la mano. Estaba sudando tan frío que de sus poros parecía salir escarcha. Comenzó a tocar una melodía tan triste como asincrónica. De vez en cuando levantaba la mirada del mastil de la mandolina, bien para mirar la inexpresiva cara de monseñor o para ver como su mujer sonreía, despreocupada de su posible suerte. Cuando acabó, tanto los artistas que ya habían actuado como los que estaban por hacerlo suspiraban aliviados. Difícil iba a ser hacerlo peor que este personaje. Pero en contra de todo pronóstico, el rey se puso en pie y  mandó cubrir de oro al feo aldeano y colgar a su esposa."

-¿Por qué?

-Porque para muchas cosas no es tan importante qué o quién, sino cómo y cuando.













miércoles, 15 de enero de 2014

A.L.


    "La realidad es distinta dependiendo de con qué lente mires" Erich Fromm (1900-1980)

Puede que tras este desahogo escrito no llegue a nada concreto, y solo redunde en palabras rimbombantes que concluyan en eruditas y satisfactorias afirmaciones. También es posible que los argumentos empleados en sostener mi tesis sean inapropiados y la forma de hilarlos inconexa. O puede que al ver el título y la foto nadie lo lea porque el hiperrealismo suena tedioso, exigiendo mucha paciencia y minuciosidad.

Lo que vengo a transmitir es que la realidad no es "la", sino "una". No es única, ni objetiva ni absoluta. Pero la gente no alcanza a entenderlo. Ni siquiera a planteárselo. Para todos la realidad es lo que tenemos delante, lo que pensamos de verdad, lo que sentimos mas pura y auténticamente. Diciéndolo de un modo filosófico y técnico, es "lo real" de nuestra percepción sensorial.

Soy de la opinión de que vivimos en el mismo mundo, pero no somos la misma persona. Cada uno tiene delante lo que alcanza a ver, siente los sentimientos con los que se ha tropezado y piensa con sus adentros y con las ideas que le llueven. De esta manera, cada uno vive en su realidad, que irremediablemente influye en la realidad del de enfrente.

Sin embargo, nuestra sociedad funciona como si solo hubiese una, común a todas las personas. Una realidad en la que no hay empleo, suben los impuestos y se acalla al pueblo. En la que la la apariencia es el cimiento mas grande de la personalidad. En la que conocemos el precio de todo y el valor de nada. Por desgracia todo esto es cierto, pero no es la realidad. Es una. Hay otra en la que una anciana llora de emoción al reencontrarse con su hijo en una manifestación, Susan Boyle triunfa como artista y millonarios altruistas aportan su granito.


El marco que encuadra la existencia a veces es tan determinante como el retrato que contiene.