jueves, 18 de septiembre de 2014

El Gato








Nació sin sentido del deber, tan solo sabiendo lo que quería. Agazapado en una esquina pasó los primeros días de su vida. Durante muchas noches, tan oscuras como su visión y su pelaje, solo alcanzó a distinguir un calor permanente hasta que llegó su ausencia total. Cuando alcanzó a abrir los ojos se halló solo en un mundo extraño que le sonaba de otra vida. Crecido un poco más y sin ambages se dejaba caer por los callejones de La Latina, de Tirso y Antón Martín. Tenía la manía de apostarse en los contenedores para zafarse de los niños que pretendían apedrearle y de las niñas que querían raptarlo. Él no podía permitirlo. Vivía para ser libre sin un motivo fijo. Lo único que le empujaba era sobrevivir un día más, para ver si podría conseguirlo mañana tan fácilmente como ayer.
Una mañana de marzo, mientras rondaba las afueras del mercado de San Miguel, quedó petrificado ante la visión de una dama. De cabello rubio y piel clara, que parecía desprender luz de entre sus dedos. Un cuerpo perfecto y una sonrisa tímida paralizaron por completo al gato. La quietud solo se rompía por los escalofríos que lo recorrían de arriba abajo cuando la miraba. No podía creérselo. ¿Por qué esa sensación? ¿Por qué ese deseo de algo ajeno a su naturaleza egoísta? Sea como fuere, ahí se veía: inmóvil en el centro de una calle concurrida en la que todo eran peligros y ya nada le importaba. Desde aquel instante, el gato dedicó cada día un rato para disfrutar de aquella mujer tan linda. La seguía por el centro, vigilándola desde los tejados; o la veía a través del cristal de su ventana, tumbado él en la parte lisa de la barandilla del balcón.
Una noche, de las muchas en vela que se pasaba, la encontró saliendo de un garito a duras penas. Llevaba una encima que no veas y casi no podía ni andar. Se apoyó en el capó de un Megane luchando por mantenerse despierta. De pronto se le aproximó un beodo viejo y salido, con intenciones no poco lascivas:
-¿Qué hace una chica tan bonita aquí sola? ¿No te da miedo este barrio?
Ella no podía ni responder, solo apartaba la cabeza para ver si aquel asqueroso captaba la indirecta. Él insistía en llevársela de allí. A un lugar seguro decía… La agarró del brazo, acariciándola fuertemente el pecho con el pulgar.
-Vamos coño levántate- gruñó e hombre. Justo en aquel instante, el gato se abalanzó sobre él, hincándole las garras en los ojos. El hombre lo zarandeó de un lado a otro en un burdo intento de librarse del felino, hasta que lo estampó contra una pared. El alboroto atrajo a una pareja de nacionales que patrullaban justo al final de la calle. El borracho escapó y la chica miró el cuerpo inmóvil del gato justo antes de desmayarse.
Cuando despertó, la chica se encontraba en una ambulancia, con la boca seca y desorientada. De pronto vio como un hombre moreno se acercaba a ella. Tenía los ojos oscuros y una mirada extrañamente familiar. Este le dijo que la había salvado, y que no podía alegrarse más de haberlo hecho. Que la llevaba siguiendo siete vidas, y aún no se cansaba de hacerlo.

Hay quien dice que el hombre que la salvó era el gato, que se transformó en hombre por abandonar su naturaleza animal y entregarse al amor irracional y desinteresado. Otros dicen que aquel hombre efectivamente la salvó, pero del coma etílico, y aprovechó la embriaguez y  la inocencia de la chica para hacerla creer que fue un felino hasta que la salvó. Lo que está claro es que el viejo nombre que se les da a los madrileños de gato es por conseguir a su gata a cualquier precio, con verdades o engaños. 

martes, 22 de abril de 2014

El Camino Del Guerrero








Miré a mi alrededor e inspiré su aire. En lo más profundo de aquel momento lo que sentía era tan intenso que no sabría como llamarlo. El miedo que respiraba se entremezclaba con la valentía de cuantos me acompañaban. Pero el miedo era innegable. Ninguno lo tenía pero estaba allí, rodeándonos como lobos hambrientos a su presa.

Hacía frío, y más con el viento que soplaba sobre la extensa pradera. No se oía ni un alma, solo nuestros pasos y el crujir de hojas y palos bajo ellos. La luna brillaba tanto que ni las nubes la eclipsaban. Siempre visible en lo alto del cielo. Su luz se extendía a lo largo del valle, iluminando la hierba y reflejándose en los charcos. Avanzábamos deprisa, pero con la cautela de ser nosotros quienes vieramos al enemigo y no al revés.

Miraba atrás y me daba cuenta de que en mi vida no había existido la paz. Parece obvio viniendo de un soldado, pero estoy convencido de que hubiese sido igual en cualquier otro oficio. Siempre habría dos contrarios que se enfrentaran, ya fuera mi voluntad contra la de otro o una guerra civil interna en la que la cabeza se revela contra las entrañas. Pero eso poco importaba ya, cuando todo mi cuerpo estaba sincronizado, preparado para entrar en acción. Justo antes de empezar la batalla ya sabía que iba a dar comienzo, aun sin una señal objetiva de ello. La calma que precede a la tempestad. Pero esta vez la sensación no se refería únicamente a lo inminente del combate, sino a su trágico final. No sabíamos si saldríamos victoriosos, pero el desenlace no sería en vida. 

Al final del prado se extendía una basta masa boscosa que llegaba hasta donde la vista alcanzaba. Conforme nos acercábamos se escuchaban tambores y gritos de miles de hombres. Los choques de sus escudos generaban un estruendo continuo que emanaba del bosque como el rugido de una bestia. Muchos pensarían que lo peor de esto es el enfrentamiento con el enemigo, la sangre y el metal. Pero no es así. El verdadero camino del guerrero es este, en el que aún no se ha desenfundado la espada, en el que se atisba La Muerte, que al no poder tocarte aún te permite pensar. Me imaginaba tumbado sobre la hierba del jardín de mi casa, mirando las estrellas en una quietud absoluta. Me imaginaba abrazando a mi mujer y diciéndola que no iba a pasar nada. Todo hipocresía barata, pero porque amar a una persona conlleva ese tipo de cosas. También pensaba en lo que iba a echar de menos a mis amigos, a los que estuvieron siempre y a los que me habría gustado tener más tiempo a mi lado. Pero sin duda lo que más me atormentaba era mi hijo. El niño que venía de camino que ni si quiera tenía nombre. Me preguntaba si había sido legítimo tenerlo sabiendo el poco tiempo que me quedaba en este mundo. ¿Con qué derecho arranqué un alma de la inexistencia para que creciera sin padre?¿Qué se plantearía más mayor, cuando supiera toda la historia? Pues seguramente no mucho. Mi pueblo conceptúa la vida como un deber, y no como un derecho.   Nuestro deber es luchar para que otros tengan derecho a desempeñar este deber.Lo único que esperaba era que al salir el sol nuestro fin hubiera alargado el de nuestra gente. En cuanto esta idea se desvaneció todo el pelotón se detuvo ante el sonido de un cuerno enemigo. Me ajusté el casco a la cara y desenfundé la espada. Ya empezaba.

miércoles, 2 de abril de 2014

Nía onírica



Llegado el momento se desnudó y se metió en la cama. La suavidad de su piel se tropezó con las sábanas, del mismo tacto pero frías como un témpano. Se acurrucó junto a la pared mientras se frotaba delicadamente los pies, uno contra el otro, escondiéndolos poco a poco bajo el edredón. Cuando la zona de la cama en la que estaba tumbada se calentó, giró en redondo hasta quedarse frente a la ventana. La persiana estaba bajada, pero no lo suficiente como para impedir que la luz de la farola la atravesase en pequeños haces rectangulares que se proyectaban en la pared como una formación militar de mondadientes. Contándolos acabó quedándose dormida.

Súbitamente se vio en medio de una gigantesca sala repleta de gente. No había mucha luz. Más bien un destello ciego que cambiaba de color de forma aleatoria, y una música ensordecedora que le hacía retumbar el pecho. Ciertamente no estaba muy segura de dónde estaba o qué había allí. Lo único que percibía de forma nítida era lo emocional. Se sentía feliz, rodeada de sus amigos en una gran fiesta. No podía distinguir las caras de todos, pero sabía que estaban allí. Todo eran sonrisas y agradables compañías, hasta que le vio a él.

 Estaba en el lado opuesto de la sala rodeado de varias personas, pero a quien miraba era a ella. De pronto comenzó a acercarse, abriéndose paso entre la agitada muchedumbre.  La iluminación cobró un tono rojizo, que se iba intensificando conforme él se aproximaba. Sus ojos, los de él, se clavaron en sus pupilas, las de ella, que se estremecieron hasta hacerse diminutas. Cuando estuvieron uno frente al otro, la sala enmudeció y él dijo:

-Se quién eres, Nía.

 Un escalofrío le recorrió la espalda al tiempo que apretaba los puños. Para su sorpresa, Nía notó que tenía algo entre las manos: Dos hojas largas y afiladas de cristal. No estaba muy segura de si las tenía desde el principio o de si se habían materializado en aquel mismo momento. Las sostuvo con firmeza y arremetió con ellas contra el que consideraba su agresor. La fina textura del cristal se vio salpicada de sangre, que brotaba sin parar por los repetidos golpes asestados. Tras la séptima puñalada, el hombre se desplomó.

Nía quedó paralizada un instante. Cuidadosamente se fue agachando hasta ponerse a su altura. Este tomó uno de los cristales de la mano de ella, y sin mediar palabra comenzó a golpearlo suavemente contra el suelo. Nía no entendía cómo, pero la percusión entre el trozo de vidrio y el cemento sobre el que descansaban generaba un sonido indescriptible. Fue transformándose en algo hermoso, con una musicalidad y armonía nunca antes escuchada. Tan maravillada quedó que ya no sentía aprensión ni odio hacia el hombre que yacía ensangrentado en el suelo. Con el otro trozo de cristal colaboró en aquella extraña melodía.Una oscuridad densa y fulgurante iba apoderándose de la sala. Avanzaba como una nube de humo que desdibujaba el delirio en el que  Nía se encontraba. Hubo un instante que toda la sala se hallaba envuelta por este siniestro velo, salvo un halo de unos dos metros, donde ellos con los cristales continuaban. El halo fue encogiendo hasta ser un rayo que apuntaba a los ojos de Nía. Fue entonces cuando despertó.



lunes, 24 de marzo de 2014

7


Cuando más perdido estaba fue cuando tuve oportunidad para encontrarme. Sumido en un estado en el que mi realidad conocida se había distorsionado hasta desaparecer, solo podía ser creativo e imaginar un camino que me llevara a alguna parte. Una senda de pasos aleatorios, indefinidos y sin un destino concreto. Una forma de vida en la que la ambición y el hedonismo fueran mi apoyo. En la que la rutina perdiera su significado por lo ecléctico de su esencia. La esencia que poco a poco le he ido otorgando.

Mi existencia jamás pudo ser cuadriculada, pero ahora roza lo abstracto. Los días y las semanas a veces me parecen un rato. Dormir está muy sobrevalorado cuando todo está por descubrir. Mi insaciable voracidad resurge a cada paso, cuando pienso que a más no puedo llegar. Pero siempre hay algo. Siempre hay algo que desear, con lo que fantasear y delirar sin llegar a soñarlo. Solo es algo que puede que viva.Lo que es seguro es que podré imaginarlo. Puede que nunca lo consiga, pero la ilusión de conseguirlo no se apartará de mi lado.

Mi espíritu narcotizado a base de vivencias y sustancias poco a poco se va elevado, y mi cuerpo se pierde por los bares y las camas del centro y del extrarradio. Como ya he dicho, me gusta la variedad. Y la verdad es que solo encuentro la paz en un mundo cambiante. En un devenir inesperado y sorprendente que avive mis ganas de seguir adelante. No aguanto los principios inamovibles, ni la aburrida sensación de control ante una prototípica situación que nada me dice. Soy adicto al caos que emana de mis raíces y a la entropía que fuera acontece.No pretendo hacer una apología de los excesos, aunque merecen todos mis respetos. De hecho, no se que sería de mí sin ellos. Es cierto que a veces te juegan malas pasadas. Pero es entonces cuando sabes dónde está el límite. Cuando disfrutas acercándote a él hasta quemarte, o lo sobrepasas un instante para sentir un poco más.

Para sobrevivir a este desorden de emociones el secreto está en buscar el arte que hay en cada instante. En entregarme a los vicios sin llegar a atraparme. En despertarme por la mañana y saber que mi gente seguirá estando cuando me acueste. El secreto está en
cuidar lo único que no quiero que cambie.


jueves, 13 de marzo de 2014

La alfombra escarlata




"Son las tres de la mañana de un día indeterminado. Apenas llevo una linea escrita y el corazón se me acelera. Todavía tengo metido en la cabeza el insidioso tintineo de la campanilla de la puerta del portal. Al entrar al piso miré a mi alrededor y me vi tan vacío por fuera como por dentro. Solo un sillón y la mesita de madera que hay junto a la ventana me hacían compañía. La alfombra escarlata contrastaba con el azul apagado de las paredes, por las que se proyectaba el vaivén de la sombra de un murciélago.

De tanto trasnochar, bien fuera por el insomnio o por la necesidad de vivir en la oscuridad, mis momentos de lucidez se limitaban a cuando se ponía el sol. Bien es verdad que el suelo del piso se congelaba por las noches, por eso siempre me limitaba a estar donde la alfombra lo cubría. Con los pies fríos no se piensa bien, y últimamente lo único que hacía era eso: pensar. Pensaba en la soledad que me acompañaba, en la distancia que me separaba de la única mujer que algún día llenó parte de mi innato vacío. Mi alma hueca solo alberga nostalgia que gotea lentamente hasta el día que se seque. Hasta entonces seguiré recordando. No perderé la imagen de aquellos momentos que me hicieron pensar que la vida era más que un trámite entre un día y el siguiente. No caeré del todo en el pesimismo cuando me siento vacío mientras sigan apareciendo en mi mente.

Y muchos de esos recuerdos son contigo. Tú eres esa chica, la que día si día no me sonreía. La francesita que me atrapó sin trampas ni mentiras, solo con su sombrero y su vestido. La que me llevó del cielo al infierno en un suspiro. La que me mantiene aquí preso, o más bien, escondido. Prefiero imaginar lo que hubiera sido en vez de vivir algo y que no sea contigo."



















miércoles, 5 de marzo de 2014

Una noche cualquiera



Estaba lloviendo a mares, pero eso nos daba igual. Llevábamos días encerrados cada uno en su rutina y ya era hora de salir. Lara llevaba media hora en el baño, y solo dios sabe si lo único que hacía era arreglarse. Cuando pasas tanto tiempo con una chica la tensión sexual acaba estabilizándose; la cosa es en qué punto. La conocimos una noche en una discoteca de mala muerte cerca de Moncloa hace casi tres meses, y nos acabamos llevando muy bien. Especialmente Javi.

Mientras tanto, los chavales y yo nos poníamos finos en el salón a base de whiskey y buena hierba. Cuando el alcohol se deslizaba por la superficie del vaso y contactaba con los hielos, se resquebrajaban como lo hacíamos nosotros después de estar un buen rato bebiendo. Hector se estaba liando un canuto que atentaba contra las leyes de la física; Javi y yo simplemente observábamos el minucioso procedimiento.El ventilador del techo giraba cada vez más lentamente, y actuaba de motor de la atmósfera en la que estábamos sumidos. Por fin Lara salió del baño y reclamó su parte del pastel. La verdad es que estaba espectacular. Se había puesto la misma camiseta que llevaba el día que nos hipnotizó a todos, pero esta vez con unos vaqueros cortos ajustados y unos botines negros. Podía oler su pelo a través del ambiente viciado de porros y tabaco. Y cómo olía. En ese momento, con uno de los cinco sentidos me bastaba para fantasear. Cada movimiento que salía de su cuerpo derrochaba un sucio morbo tan sutil que para el ojo inexperto pasaba por sensualidad, pero a mí no me engañaba. Tenía que ser una loba sedienta de sexo salvaje, aunque con un autocontrol intachable, todo hay que decirlo.

Cuando estuvimos los cuatro a tono decidimos levantarnos del sofá. Una vez en pie nos dimos cuenta de que quizá estábamos algo más que a tono. Hector estaba tan borracho que hizo el amago de salir del piso por la puerta del armario. A trompicones salimos del apartamento de Lara y nos pusimos rumbo al centro. Seguía diluviando, así que decidimos tomar una astuta y cara decisión: coger un taxi. El salpicadero estaba sucio, la tapicería algo pegajosa, pero el conductor era un encanto. Su conversación era agradable y fluida, y tuvo el detalle de parar el taxímetro a un par de calles de nuestro destino (durante la charla dejamos caer que no teníamos mucho dinero).

Pese al mal tiempo, Malasaña estaba colapsado de gente ansiosa de alcohol, fiesta y quizá un polvo ocasional en el lavabo. Becarios oficinistas, frikis informáticos, hipsters de starbucks, erasmus etílicos... para todos ellos había un hueco entre estas calles de depravación. Sin más demora dimos una vuelta por los alrededores en busca de un sitio económico. No tardaron en asaltarnos un par de relaciones que nos ofrecían garrafón a un precio desorbitado, pero con una alegría y un entusiasmo propios de quien habla de una auténtica ganga. Sin dejarnos engañar por este par de soplapollas y otros cuantos que vinieron, acabamos por azar y cansancio frente a la puerta de un garito. Nos quedamos mirando la puerta, aunque a Javi se le iban los ojos hacia el escote de Lara. Y no me extraña.

Entramos a aquel tugurio gratuito, repleto de pobres diablos como nosotros. El local era pequeño, sin ventanas y decorado de forma estrafalaria. Una maqueta de un seiscientos simulaba haber atravesado la pared frente a la barra, y una diana escacharrada iluminaba más el baño que la bombilla de su interior. Era un garito sin sentido, pero ponían buena música. Nos pedimos un par de copas y nos sentamos en unos taburetes que acababan de abandonar unas gordas góticas. Lara empezó a soltarse, entró en un estado de exaltación de la amistad que se acrecentaba con cada trago, rozando peligrosamente la línea entre simpatía y sexualidad. Javi también estaba animadillo. Apostó con Lara que después de dos chupitos de tequila sería incapaz de pedirle el tercero al camarero sin mofarse de su ridículo peluquín. Hector y yo nos percatamos de la química que había entre estos dos, así que fuimos a buscar la nuestra.


Fumando un cigarro fuera acabamos hablando durante media cajetilla  con dos chicas a las que les pedimos fuego. Estudiaban bellas artes, y no eran las típicas pretenciosas que van de artistas por la vida. No. Eran naturales, como si nos conocieran de siempre. Su cortesía inicial se torno a cariñosa complicidad. Luego nos dijeron que se habían comido medio gramo de eme y lo entendimos todo. La conversación empezó a subir de tono. La rubia me preguntaba que si estaba abierto al sexo en grupo. Ante esta pregunta intenté disimular lo ojiplático de mi expresión sin llegar a nada. Pero a ellas no pareció importarles. Al final acabaron proponiéndonos acabar la fiesta en su casa. Entramos al bar para avisar a Javi de que nos íbamos, pero nos ofreció un plan alternativo. Unas amigas de Lara andaban por allí cerca y se ofrecían a llevarnos en coche a casa. Los tres dudábamos. El sexo era seguro con las chicas de fuera, pero Javi tenía las llaves de su coche en mi casa, y si las amigas de Lara nos llevaban, follaríamos todos al calor del hogar. Elegimos la opción de Javi. ¡Y en qué momento!


Fuimos tan ruines que ni avisamos a las chicas de fuera de que al final nos íbamos sin ellas. Cuando llegaron las amigas de Lara tuvo lugar el primer bajón: la belleza brillaba por su ausencia. Y por si fuera poco, no paraban de poner pegas a la noche que habían pasado. Con tanta queja los ánimos de todos fueron bajando, y se precipitaron del todo cuando, al dejarnos en mi portal, todas (incluso Lara) se marcharon. Los tres nos miramos y nos echamos a reír. Subiendo en el ascensor nos lamentábamos por el calentón que llevábamos encima, y recordábamos el día en que en una situación similar, acabó salvándose la noche por una orgía inesperada. Pero eso es otra historia, una noche que no fue una cualquiera.






miércoles, 19 de febrero de 2014

La ilusión de la cordura






Dicen que los artistas mienten para decir la verdad, mientras que los políticos lo hacen para ocultarla. No podría estar más de acuerdo. Sin más preámbulos y, basándome en esta frase, pretendo hacer entender mi idea sobre la locura.

 La locura, en su sentido patológico, es una deformación de la realidad mediante la mente que, debido a alguna alteración en su estructura  y/o funcionamiento, altera la percepción del individuo. Palabrería técnica y aburrida. En su aspecto médico poco más habría que añadir a esta definición. Pero, ¿Y el aspecto trascendente de la locura? ¿Y su significado filosófico?

Cuando alguien enloquece no necesariamente padece una enfermedad mental. A veces solo altera su realidad. La cuadriculada existencia no encaja con sus ansias de vivir, que son abstractas y aleatorias. Su devenir se convierte en un instante que tropieza detrás de otro aparentemente sin signíficado, pero siempre con un símbolo escondido tras sus actos. El loco hace (o no hace) sin ser consciente lo que su subconsciente quiere mostrarle u ocultarle según el caso.La locura no tiene por que ser un desvarío producido por una deficiencia encimática o algo por el estilo. No. Es algo artístico. Un engaño. Una sublime estratagema de nuestra mente para protegernos del dolor de la vida, bien sea ocultándonos una verdad que nos atormenta, o alzando desproporcionádamente otra que ensombrece realidades que nos dañan.

La sociedad la ha peyorizado mucho, ignorante de todas las dimensiones que posee. Si hablamos de un loco ya nos viene a la cabeza el hombre maniatado de baba colgante y mirada perdida. Y no siempre es así. No es la misma locura la que afecta a cada caso, ya que para unos es un mal irreparable y para otros su única salvación. A veces es necesaria para que la cordura no se nos venga abajo. Nuestra mente nos cuida de las incoherencias de la vida, que a veces llegan a tal controversia que no somos capaces de entenderlas. Es entonces cuando empieza. Te abraza lentamente y te reescribe, te recrea, te ofrece la esperpéntica imagen que deseas, y no el reflejo de una triste existencia. Cuando La Sabiduría sobrepasa el límite de lo comprensible, toma la astuta decisión de volverse loca.